lunes, 31 de diciembre de 2007

Eduardo Mendoza, columnista

El año se acaba y Eduardo Mendoza aprovecha para despedirse como columnista del diario El País, tras cuatro años en los que nos ha acompañado todos los lunes. Llegó para sustituir a Manuel Vázquez Montalbán, al que homenajeó en su primera salida y vuelve a hacerlo en la prostrera. Con un estilo muy distinto, menos directo y obvio, poco a poco ha ido haciéndose con el tono y las hechuras propias de tan complicado formato. Se va con un diágnóstico y recordándonos las obligaciones propias del género: "ha de dejar constancia del lento desplazamiento de las actitudes y las percepciones", puesto que ha de ser "un impreciso sismógrafo, algo así como la previsión del tiempo: igual de falible y de científica, porque se elabora a base de mirar las nubes y ver por dónde sopla el viento".


No parece fácil, pero debería ser un aliciente más, compartir ese mismo lugar durante la semana con articulistas de la talla de Juan José Millás, Manuel Vicent o Elvira Lindo, por recordar a los que prefiero. Ahora que vuelve a quedarse una columna vacante, pediría el regreso de Félix de Azúa, aunque tampoco me disgustaría que ese espacio lo ocupara Empar Moliner, otra de mis columnistas favoritas. Entre los colaboradores habituales del periódico tienen buenos artículistas donde elegir: Antonio Muñoz Molina, Julio Llamazares, Luis Landero, Gustavo Martín Garzo, Andrés Trapiello, Luis García Montero, Vicente Molina Foix... Todos ellos han demostrado lo bien que se desenvuelven en esa distancia que exige tener algo que decir y una cierta voluntad de estilo, adobada por la imprescindible precisión y la capacidad de síntesis.

En una país en el que todos tendemos a fosilizarnos, no abandonando ninguna prebenda, aunque no podamos atenderla ni realizar el trabajo encomendado con un mínimo de rigor, merece mucho respeto que alguien deje una tribuna tan apetecible y vistosa como la del diario El País. De lo que estoy seguro es de que echaremos de menos las reflexiones de Eduardo Mendoza, su lucidez y sentido común. Pero quizás el mayor elogio que pueda dedicarle es recordar aquí que guardo recortadas muchas de sus piezas (entre ellas, por ejemplo, "Suicidio"; o las más recientes, "Contrarrevolución", "Circo", "Apellidos" y "Espiritualidad") como la mejor manera de poder recordar por dónde sopló el viento en estos últimos cuatro años.

* Escultura de Igor Mitoraj en la Rambla de Cataluña, de Barcelona. Fotografía de Gemma Pellicer.

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