jueves, 27 de marzo de 2008

Carta inédita de María Zambrano a Antonio Fernández Molina



La Piece, 12 de diciembre de 1969
Crozet-par-Gex. Ain
France

Señor Don Antonio Molina
Mi distinguido amigo:
Mucho le he agradecido el envío de su libro Solo de trompeta y la dedicatoria. Lo he leído en seguida, lo que es más bien raro en mí, por diversas razones. El "infierno" en que con tanta maestría introduce su libro desde la primera página, me es conocido, aunque desde otro punto de vista, más en verdad que esto mismo no se sabe bien. Es muy lúcido su libro que es lo que inevitablemente ha de ser una visita de tal naturaleza. El orden y la claridad, la impavidez desde luego, son imprescindibles para seguir ese viaje hacia el caos, si es que caos es el lugar donde cae Miguelín, el enano demente. Y se lamenta casi la intervención que irrumpe, ¿una última imposición de la sociedad? ¿Por qué no dejarlo descansar al fin, en ese lecho que sugiere su analogía con el estado prenatal? Por eso el final, esa irrupción, esa interrupción, es un grande acierto. La atonalidad se hace sentir en todo momento, y su condenación desde el momento en que mira fascinado la botella. A todos nos ha pasado quedar prendidos de ciertos objetos, mas -es otro acierto grande- hay algo distinto en ese quedarse ahí, en esa mirada. Se siente la condenación sobre todo en que no preside su imaginación ninguna idea salvadora; una habría bastado. Y ninguna de las presencias femeninas que lo rodean está dotada tampoco de ese poder en forma decisiva. Sin duda que es lo más bello, esa teoría de mujeres, figuras de la piedad casi todas. Y qué malamente quedan las que no están tocadas de piedad -no digo de compasión- como la señora enseñante. Y se ve desde el principio que es un pintor. Y le felicito por la elegancia de no haber parafraseado o dado simplemente la historia de Toulouse-Lautrec, porque puede ser muy bien el mismo, mas sin genialidad. Y ese es otro acierto: no haberlo hecho genial, ya que la genialidad no salva al visitado por ella. Salva una obra en un exceso de generosidad, eso sí, que puede formar parte de la santidad, que es lo solo que salva de la demencia, de la enanez. Mas todo devorado por una vocación se siente enano al lado o bajo la obra, y roza, por lo menos, la demencia. Así que yo veo en su Miguelín algo así como la materia y el estado subyacente inicial del llamado a crear, que venturosamente algunos sobrepasan, sin caer en el otro abismo, en el de la satisfacción propia, en el de la tonta vanidad.
Como ve, me he puesto a hablar con Ud., prueba fehaciente de lo mucho que su libro me ha interesado. Qué prosiga Ud. Y de desearle algo sería que pase al campo abierto donde tales tormentos y riesgos tienen lugar sin estigma físico alguno. Pues que no digo, "ah, todo eso es porque se quedó enano". No, a Miguelín le pasa como enano, a otros aun en la pura belleza física y moral les ha pasado. Este año 70 será el centenario de Hörderlin... ¿Quién se acordará de él en España? ¿Quién se acordó de él aun viviente? ¡Si a un semidios puede pasarle! Y en ese coro se dice: "... era un semidios, ¿cómo no le iba a pasar?". Y el enigma se perpetua.
Reciba Ud. un muy cordial y amistoso saludo de
María Zambrano

* Antonio Fernández Molina publicó su novela Solo de trompeta en 1965 en la editorial Alfaguara, entonces comandada por Camilo José Cela. Aparecía firmada por Antonio Molina.

1 comentario:

Isabel dijo...

¡Qué delicia esta coloquial carta de María Zambrano!
Como colofón me ha recordado a Hölderlin.
Lo dicho, una delicia.