martes, 16 de septiembre de 2008

David Foster Wallace por Eduardo Lago

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Se suicidó el narrador DFW a la edad de 46, bañando en lágrimas los blogs del planeta. Él mismo había hecho alusión en varias ocasiones a su extraña naturaleza autodestructiva. Gozaba en España de un público fervoroso, me parece que -sobre todo- entre los lectores y los escritores más jóvenes, quienes lo contaban entre sus preferidos (lo tradujo uno de ellos, Javier Calvo, para Mondadori), por libros como La niña del pelo raro (1989), La broma infinita (1996), su obra más ambiciosa, o Breves entrevistas con hombres repulsivos (1999). Sus antecesores fueron nada menos que Pynchon, DeLillo y Robert Coover.
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Como todo esto es más que sabido, quisiera resaltar, por alejarme un poco de la tónica general, el valor que en un momento dado puede tener la reflexión crítica; cómo en dos folios, cuando se conocen los libros en profundidad, puede explicarse la novedad de una obra, su significado, el porqué de su valor, tal y como hace Eduardo Lago, en las páginas de El País, a propósito del narrador y ensayista norteamericano. En suma, de qué modo un escritor importante, se trata nada menos que del autor de Llámame Brooklyn, puede mostrarnos con claridad meridiana, de forma sintética, el contexto generacional, el interés de una literatura, proporcionándonos sus claves, llamando la atención sobre la soledad y amargura que destilaban los libros de DFW, su esencial visión crítica del mundo, así como sus ribetes experimentales. Eduardo Lago nos explica lo que esta obra tiene de innovadora, pero también su emoción insustituible ("Lo esencial es la emoción [...], la buena literatura te hace sentir un nudo en la boca del estómago", ha escrito DFW); la influencia de las nuevas tecnologías, pero a la vez la conciencia de sus carencias.
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La mayoría de sus seguidores españoles, por desgracia, sólo se quedaron con una parte de su complejo discurso, con la sal gorda, olvidándose de otras facetas no menos sustanciales. DFW supo contarnos su propio tiempo, que es el nuestro, valiéndose de las herramientas literarias más adecuadas para hacerlo, pero anclado en una tradición que conocía al dedillo, al contrario que muchos de los que han intentado seguir su estela entre nosotros. Y en eso estriba, creo, la diferencia entre las obras llamadas a perdurar y las destinadas a olvidarse pronto.
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7 comentarios:

Isabel dijo...

¡Qué casualidad! yo también escogí esta foto de DFW en mi post de ayer de Literatúrate.com.
Me gusta mucho lo que escribes sobre él, tiene emoción.
Una pena, ¡tan joven!

Fernando Valls dijo...

Pues, la verdad, no conocía ese blog, que -por cierto- está muy bien. De haberlo visto, y ser posible, no hubiera repetido la foto.

Cristóbal dijo...

Fernando,

A mi el obituario firmado por Eduardo Lago también me parece extarordinario. Ya lo he citado también en mi blog - gracias por incluirlo en tu relación, pese a mi escasa actividad -, especialmente por lo que hace a lo que creo que es una idea que algunos - ¿muchos? - lectores de Foster Wallace compartimos: que lo mejor de él estaba por llegar. Su ambición era enorme y su talento también.

Un saludo,

C.-

Isabel dijo...

Gracias Fernando. No veo la importancia de repetir la foto. Yo la he tomado de las imágenes de Google y las veo también repetidas en otros sitios. No sé, te he hecho el comentarío porque la foto me gustó y me agradó verla aquí en tu blog.

hombredebarro dijo...

He estado este verano leyendo algunos relatos suyos incluidos en La niña del pelo raro. Son muy interesantes. No conozco otras cosas suyas. Pero sinceramente y sin que suene a falta de respeto creo que la cagó con un desenlace como ése.

Tomás Rodríguez dijo...

El mismo día publicó Mario Muchnik una carta al director en la que se refería a la poca atención que se había puesto al escribir los obituarios de Isaac Montero; el primero de ellos por Ernesto Ayala Dip y el segundo por el omnipresente Juan Cruz. No tiene desperdicio. Saludos.
http://tropicodelamancha.blogspot.com

Fernando Valls dijo...

No conocía la carta, Tomás. El País me llega aquí con unos días de retraso. Pero acabo de leerla y no tiene desperdicio, pues vale como metáfora del desastre en que se ha ido convirtiendo tanto la sección de cultura como Babelia, donde aparece cada vez más gente hablando de lo que no sabe. Mario Muchnik pone en dedo en la llaga. Habrá que volver sobre el asunto.
Gracias y saludos.