jueves, 11 de diciembre de 2008

ANDRÉS NEUMAN

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----------------"El fusilado"
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Cuando Moyano, con las manos atadas y la nariz fría, escuchó el grito de «Preparen», recordó de repente que su abuelo español le había contado que en su país solían decir «Carguen». Y mientras recordaba a su difunto abuelo, sintió que era irreal que las peores pesadillas de uno mismo se cumpliesen. Eso pensó Moyano: que siempre se mencionaba estúpidamente (cobardemente, rectificó Moyano) la extrañeza de realizar los propios deseos, y se pasaba por alto la perplejidad siniestra que nos causa, o debería causarnos, la consumación de nuestros temores. No lo pensó quizás en forma sintáctica, palabra por palabra, pero sí recibió el fulgor ácido de esa conclusión: lo iban a fusilar, iban a hacerlo, y nada le parecía más inverosímil, pese a que en sus circunstancias hubiera podido parecer lo más natural del mundo. ¿Era acaso natural escuchar «Apunten»? No, a cualquier persona, al menos a cualquier persona decente, una orden así jamás le llegaría a sonar lógica, por mucho que el pelotón entero estuviese formado con los fusiles perpendiculares al tronco, como la rama atroz de un árbol, y por mucho que durante su cautiverio el general lo hubiese amenazado varias veces con que le pasaría lo que le estaba pasando. Moyano se avergonzó de la poca sinceridad de este razonamiento, y de la hipocresía de apelar a la decencia: ¿a quién a punto de morir le preocupaba semejante cosa?, ¿a quién le interesaba la decencia frente a un fusil recto?, ¿no era en realidad la supervivencia el único valor humano, o quizá menos que humano, que le importaba ahora?, ¿estaba tratando de disculparse?, ¿de morir gloriosamente?, ¿de distinguirse de sus verdugos como una forma de salvación en la que él nunca había creído? No pensaba todo esto Moyano, pero sí lo intuía, lo entendía, asentía mentalmente como ante un dictado ajeno. El general aulló «¡Fuego!», él cerró los ojos, los apretó más fuerte que nunca antes en su vida, buscó esconderse de todo, de sí mismo, por detrás de los párpados, de pronto pensó que era innoble morir así, con los ojos cerrados, que su última mirada merecía ser por lo menos vengativa, pensó en abrirlos, no lo hizo, se quedó quieto, pensó en gritar algo, en insultar a alguien, buscó unas palabras oportunas, no le salieron, qué muerte más torpe, pensó, y de inmediato: ¿nos habrán engañado?, ¿no morirá así todo el mundo, como puede? Lo siguiente, lo último que escuchó, fueron los gatillazos, su estruendo, mucho menos molesto, incluso más armónico, de lo que siempre había imaginado...

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Eso debió ser lo último, pero escuchó algo más. Para su sorpresa, para su confusión, también escuchó otras cosas. Con los ojos todavía cerrados, pegados al pánico, escuchó al general pronunciando en voz muy alta «¡maricón, llorá, maricón!», al pelotón retorciéndose de risa, olió temblando el aire delicioso de la mañana, oyó el canto inquieto de los pájaros, saboreó la saliva seca entre sus labios. «¡Llorá, maricón, llorá!», le seguía gritando el general cuando Moyano abrió los ojos, mientras el pelotón se dispersaba dándole la espalda y comentando la broma, dejándolo ahí tirado, arrodillado entre el barro, jadeando, todo muerto.

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* A diferencia de lo que suele ser habitual, en Andrés Neuman convive en armonía lo mejor de los argentinos y de los españoles. Su obra plural, como poeta (Década. Poesía 1997-2007, Acantilado, Barcelona, 2008), narrador y ensayista lo convierte en uno de los escritores jóvenes a los que es obligatorio seguir con interés. Esperamos, con tanta atención como curiosidad, que pronto se decida a reunir en un solo volumen el conjunto de sus microrrelatos. Esta pieza es inédita.
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* El cuadro es de Georges Bellows, La barricada, 1918. La foto del escritor es obra de Daniel Mordzinski.
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4 comentarios:

María Jesús Siva dijo...

Creo que Neuman es un experto en llevar la tensión de sus relatos hasta que apenas puede mantenerse. Esas subidas y bajadas en la narración para buscar cierto desequilíbrio que sólo él de antemano sabe que no existe.
Como este cuento que con una frase hace trizas al personaje y nos deja pensando que se puede matar sin apretar un gatillo. Que seguramente es lo único que nos quería contar.
Siempre es fantástico leerle.
Saludos.

Anónimo dijo...

Me impresiona la habilidad del autor para llenar los intersicios de esas cuatro palabras, previas al fusilamiento, “Preparen, Carguen, Apunten, Fuego”, que para el lector suenan casi como una palabra sola. Neuman las separa, y con ellas detiene el tiempo, a base de meter recuerdos, reflexiones, impresiones, propósitos. Me gusta la adjetivación que emplea y, por supuesto, el giro de una historia que yo hubiera firmado en la detonación final, pero que al acabar en una burla confiere mayor importancia al título del relato. También yo espero ver los microrrelatos de Andrés reunidos en un solo volumen. Considero “Alumbramiento”, publicado en Páginas de Espuma, como un aperitivo.

albalpha dijo...

La manera de contar es indispensable para hacernos sentir, entender y Andrés Neuman lo hace excelentemente.

Besos

Alba

Anónimo dijo...

Neuman es uno de los grandes narradores de nuestro tiempo. Además, el que haya tenido la suerte de verlo leer en directo podrá confirmar que es un verdadero placer.
Un abrazo desde aquí a Andrés y otro para Fernando.
Ginés