jueves, 22 de enero de 2009

Ensayo de orquesta

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A veces, el azar se conjuga de tal manera que uno, de pronto, sin haberse atrevido a soñarlo siquiera, se ve en un ensayo privado (cerrado al público), de la Orquesta Filarmónica de Berlín. Son las cuatro de la tarde, y el programa el siguiente: Richard Strauss, "Sinfonía doméstica", y Beethoven, "Concierto para piano y orquesta número 4 en sol Mayor", actuando como solista, el estadounidense Murray Perahia. Hoy dirige la orquesta Zubin Mehta. La obra de Strauss, como aclara el título, está inspirada en el transcurrir de la vida diaria en su casa, sin que falte el llanto de un niño. Hace años, el pianista Perahia sufrió, tocando en Berlín, un pequeño accidente en el dedo meñique, que le mantuvo apartado de la interpretación durante cinco años. Por lo que su regreso a la Filarmónica tiene algo de especial.
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El ensayo es siempre un espectáculo distinto, que puede empezar en el bar, con los músicos vestidos de paisano, o viéndolos nerviosos, cargando el intrumento, cómo se incorporan tarde a su sitio. Además, puede uno toparse en un estrecho pasillo, cara a cara, con Zubin Mehta, y charlar con los músicos. ¿Sabíais que los músicos, si son solistas, pueden hablar cara a cara con el director; pero si eres un tutti, la tropa de la cuerda, viento o percusión, tienes que pasar antes por el jefe de fila? Ya fuera del ensayo cualquiera puede tratar con quien lo desee, pero en los ensayos hay que seguir la escala jerárquica. La salsa del ensayo son los parones, observar las reacciones del director y de los músicos, cómo se levantan, comentan, señalan con el arco la partitura o apuntan algo en ella. O como ocurrió el día de que les hablo, repiten el final del Concierto de Beethoven. Tengo la impresión, no sé si cierta, de que la música clásica le ha hecho menos concesiones al espectador, que la literatura (la ambiciosa, claro) a los lectores, pero quizá por ello la experiencia de la música sea más difícil de trasladar al lenguaje. Aquella idea que tanto obsesionó a los románticos, la conciencia de la imposibilidad del decir, de cómo el lenguaje se muestra insuficiente para plasmar en la escritura nuestras sensaciones, pocas veces la había experimentado con tanta claridad. Quizá por ello, los críticos musicales resultan algo más incapaces que los literarios, si cabe, para transmitirnos sus impresiones, su valoración. Lo más satisfactorio, en cambio, para alguien que apenas nada sabe de todo este maravilloso y complejo mundo, pero que disfruta con la música, aunque casi siempre la haya oído enlatada, es tener al lado a una experta, capaz de solventarle todas las curiosidades y dudas que le van surgiendo, desde las cuestiones más anecdóticas (¿Cómo pueden vestirse las componentes de una orquesta? Con recato y zapatos negros de charol) a las más técnicas. Me imagino que como no di demasiado la lata y me porté bien, unos días después, me llevaron a ver la Séptima sinfonía de Mahler, dirigida por el holandés Bernard Haitink. En suma, se trata de una experiencia tan inolvidable como ver, por vez primera en el Berliner Ensamble, un montaje de Brecht. Un verdadero lujo.
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8 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que fue precisamente alguien de la familia Strauss quien dijo que “la música nunca servirá para describir un vaso de cerveza”. No sé si los compositores se enfrentan a esa imposibilidad de decir lo que componen. Tengo entendido que los violines en el Requiem de Mozart simbolizan las llamas del infierno, y que las percusiones en la música de Stravinsky son tan abruptas como las erupciones de un volcán. Cuando vi en el cine “Fantasía” de Walt Disney consideré que era muy osado poner imágenes tan precisas a las obras que se recreaban en dibujos animados. Pero lo cierto es que soy incapaz de escuchar una obra clásica sin buscar algún significado. En cambio, con buena parte de la música moderna no tengo ese problema.

Araceli Esteves dijo...

En mi próxima reencarnación, me pido ser Fernando Valls. ¡Qué bien vives!
Aparentemente, claro.

Fernando Valls dijo...

Araceli, contaba Mihura, quien padecía de coxalgia, que cuando tenía un éxito teatral, a la mañana siguiente entraba en el Café Gijón exagerando su cojera, para que sus amigos no sintieran tanta envidia.
En mi entrada de mañana entenderás todavía mejor por qué te cuento todo esto.
Gracias, Pedro, por tu comentario.

bambu222 dijo...

Envidia, envidia, de la sana,¡que lujo!.Besos.

Fernando Valls dijo...

Gracias, querida Pepi, te devuelvo los besos multiplicados.

Tomás Rodríguez dijo...

¡Qué gozada, Fernando!Lo más próximo a tu experiencia es la grabación de HAITINK de las nueve sinfonías de Beethoven. Agur.

Freia dijo...

¡Qué envidia Fernando!.. Perahia tocando a Beethoven y después, Mahler por Haitink.

Glòria Soler Giménez dijo...

Ver un ensayo es algo maravilloso y me alegra que hayas tenido esta oportunidad.
Cuando era niña e iba a los cursos musicales de verano siempre me colaba en los ensayos de la orquesta de los “mayores” (los que tendrían entonces 17 años). Recuerdo especialmente un año en Cervera donde los ensayos tenían lugar en una enorme sala con un balcón interior, a modo de miranda. Yo subía las escaleritas de caracol y me sentaba en el suelo detrás de la barandilla, de espaldas a los músicos, de modo que mi mirada curiosa solo pudiera, acaso, incomodar a uno, el director. Así, jugaba a adelantarme a las paradas, a las correcciones, a seguir las partituras afinando mucho la vista. O simplemente escuchaba.
Ver un ensayo tiene algo de sagrado. Impone un gran respeto porque es un acto de creación en si. La partitura se relee en cada interpretación y el ensayo es la reescritura. La música es algo vivo. El director la moldea, intenta sacar de ella uno u otro sentido, y cada puesta en escena dice algo de cuando fue escrita y algo del tiempo presente. Es por esto que existen grandes directores y grandes orquestas y otros que no lo son. Todo se gesta en el ensayo, en la complicidad entre los músicos, entre las secciones, entre los compañeros de atril, entre los jefes de sección y, por supuesto, con el director.
Esta parte del trabajo a la que académicamente se ha prestado poca atención me parece una de las distinciones del hecho musical en relación a otras artes.
Y si me lo permite el Sr. Herrero, me gustaría añadir un par de cosas: La música es un lenguaje que no se construye con palabras ni con imágenes. Tiene su propio modo de hacerse comprender, sin utiliza la conciencia. Exceptuando los poemas sinfónicos del Romanticismo, por lo general los compositores no intentan describir objetos concretos. Buscar un significado racional impide disfruta plenamente de la música. Olvide las llamas del infierno y el piar de los pájaros y sólo escuche. Y si la mente se resiste, vuelva a Bach.