jueves, 9 de julio de 2009

SuperPorcel

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Esto no es una necrológica, a pesar de la etiqueta, sino una llamada a la sensatez y a una cierta sinceridad. Hace unos días murió el escritor mallorquín Baltasar Porcel y las reacciones, alabanzas, han dejado pequeñas a las que se le han dedicado a Michael Jackson. Lo que es mucho decir. Los que vivís fuera de Cataluña y no seguís la prensa catalana os habéis evitado este bochorno. Me he estado resistiendo a escribir sobre el asunto, pero un par de artículos en La Vanguardia de hoy han colmado el vaso de la desfachatez humana. En uno de ellos, una nutricionista, amiga del escritor, afirma, refiriéndose a la manera de comer de Porcel, "engullía más que comía", que "las normas dietéticas para algunos son menos necesarias". SuperPorcel. El otro es aún peor, si cabe, y es del escritor marroquí, en francés, Tahar ben Jelloun. Para él, el escritor mallorquín era sobrio, reservado, pudoroso y humilde, un hombre -en suma- que "trazó su senda prescindiendo de las modas, los escándalos y el revuelo baladí". En fin, las carcajadas ha debido de oírlas Porcel en Sicilia, donde quizá le hubiera gustado descansar para siempre.
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No traté nunca a Porcel, conozco regular su narrativa y bastante bien sus artículos y entrevistas, porque llevo treinta años leyéndolo casi todos los días. Sus novelas son notables, sobre todo Cavalls cap a la fosca y Les primaveres i les tardors, y lo han situado, lo afirman los expertos en la materia, entre los mejores narradores catalanes de las últimas décadas. En cambio, sus artículos eran desaliñados y hechos al tuntún, a la pata la llana, con opiniones gratuitas y contundentes, a veces tratando sobre asuntos en los que tocaba de oídas. Pero lo peor es que estaban escritos en un castellano de EGB, si es que tal cosa sigue existiendo, que no lo sé. Dicen que los dictaba. Debe de ser cierto, porque eso parecía. El año del ridículo en Frankfurt, Porcel dio una conferencia en Berlin donde presumió de haber tenido un gran éxito en los Estados Unidos con una de sus novelas. En el coloquio final, un señor alemán le preguntó cuántos ejemplares se habían vendido de esa edición en lengua inglesa, y nuestro hombre le contestó campechano, que eso no importaba nada porque era una edición subvencionado por la Generalitat. Y yo pensé entonces: ¡Este es mi Porcel!
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A pesar de la indiscutible calidad de su narrativa, apenas se vendía. Y la edición de sus obras completas, en Proa, tuvo que detenerse porque las ventas eran mínimas. Pero, en fin, lo que me ha sorprendido es la infinita cantidad de admiradores que le han salido, nada más morir, al escritor mallorquín. Es una pena que toda esa admiracion literaria y cariño personal no se lo manifestaran en vida. Y todo ello sorprende porque era casi imposible encontrar a alguien que apreciara a Porcel. La única excepción que se me ocurre ahora es el periodista y escritor Juan Pedro Quiñonero y sólo me lo explico porque debió de conocerlo tarde y en visita. ¿A qué era debida esa general animadversión? Quizá a sus coqueteos con el poder, con los nacionalistas de convergencia; y con el rey, hasta que le torció el gusto. Pujol le concedió una canongía con el llamado Instituto Catalán de la Mediterránea y cuando dejó el cargo y se hizo una auditoría, se formó un gran escándalo, al saber en qué se gastaba el presupuesto público. Quizás la animadversión se debiera a su excesiva autoestima, por utilizar un eufemismo de vanidad (Sergi Pàmies ha escrito que su vanidad tendía a lo superlativo) y soberbia. No lo sé. Lo curioso es que varias personas que en mi presencia lo habían puesto verde, ahora he visto que lo colman de desmesurados elogios. ¡Misterios de la muerte!
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Todos sabemos que la necrológica es un género encomiástico, pero me parece que todo tiene sus límites y la mesura es virtud que no hay que olvidar nunca. De todas formas, ha habido dos excepciones, las de Sergi Pàmies, tituló su artículo "El encanto del diablo", y la de Quim Monzó. Pàmies, quien confiesa que Porcel era temido y despreciado, reconoce que en una ocasión le espetó Porcel que el secreto de una columna consistía en atizarle cada día a alguien diferente, porque si le atizas siempre al mismo pierdes credibilidad. El caso es que el mallorquín era, en muchos aspectos, una versión catalana de Camilo José Cela. Monzó, por su parte, escribe: "muchos de los que estos días se deshacen en elogios almibarados hacia su obra y su persona se pasaron décadas vituperándolo a sus espaldas".
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Me imagino que Porcel, donde quiera que esté, al ver el show que se ha montado con motivo de su muerte, con La Vanguardia, su periódico, a la cabeza, pero el Avui pisándole los talones, estará deseando volver, en forma de fantasma, por qué no, para ajustarles las cuentas a algunos. ¡El diablo todo lo puede!
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1 comentario:

Joaquín Parellada dijo...

Yo creo que Porcel quiso ser un segundo Josep Pla y se quedó en el intento. Aunque ideológicamente tengan afinidades, las diferencias literarias entre uno y otro son abismales. Creo que ambos coincidieron en una dedicación rentable: hacer de guías turísticos para señoras ricas en sus viajes por el mundo.
Excelente texto, Fernando. Feliz retorno.
J.