miércoles, 28 de abril de 2010

FRANCISCO SILVERA, 1

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“Sara tenía noventa años”
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Sarah was ninety years old
Arvo Pärt
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Aquella mañana, como casi todas, Sarai salió de casa y se admiró de la naturaleza. Tenía noventa años y no por ello dejaba de reconocer la belleza de la pequeña ribera que pasaba por delante de su hogar y que, en mañanas como ésta, recién iniciada la primavera, sonaba como si las aguas del río del Paraíso lamieran su tierra para fertilizarla de la felicidad que, en casi todo, el Señor le había otorgado.
Por eso, cada mañana, durante toda una vida, lo primero que hacía era salir de casa y quedarse un instante admirada de Dios y su obra. Miró hacia el Sur, donde parecía remontar el vuelo un monte, y los olivos de la ladera se iluminaban como si la neblina que los atravesaba fuera anaranjándolos vivos de fuego. Sarai tenía noventa años y, oyendo de un cabrero la voz lejana que parecía volar por los campos, recelaba del Señor porque no había querido darle una, tan sólo una criatura. Y Sarai sentía el dolor seco de la inutilidad de todo, y entonces veía la belleza del mundo y era ella únicamente espectadora afortunada, pero condenada a mirar, a mirar y no ser parte de él. Porque Sarai tenía noventa años y su marido, Abraham, hubo de tomar a otras mujeres a las que la juventud y Dios, que todo lo sabe, regalaban con hijos. Y ella, seca e inútil, cada mañana lamentaba no haber podido ser mujer como las demás, imaginando tener un vientre de arenas mientras los montes, el arroyo, las nubes… el todo rezumaba el agua del Paraíso y de la vida.
Aturdida, dejó que el rayo primero del sol se apoyara en ella. Sólo un momento, recordó a su hombre tomándola la última vez. De repente notó que el aturdimiento era náusea y zozobró un instante. Pidió perdón por su dolor, ¿quién era ella para dudar de Yahvé? Tuvo la certeza de que empezaba a morir, porque jamás había sentido torsión de entrañas como ésta; lanzó una mirada más a los membrillos, los almendros verdeados y las higueras de puntas renacidas; la parra quemada del helor derramaba por sus codos abullonados tamo blanquecino de luz y la yerba brotaba loca del suelo encharcado de rocío. Sarai quiso morir allí egoísta, porque se sintió culpable de causar tristeza a los demás con su enfermedad, pero la brisa despaciosa del amanecer le renovó el aliento; Sarai amaba la sonrisa de su hermano Abraham.
Los brotes rojos de un rosal tremieron. Sara tenía noventa años cuando el Señor puso a Isaac en su interior, como una luz que encendiera su vida tal y como ella lo había visto cada mañana al amanecer, hacia el Sur, en la olivera lenta del monte, en las aguas del arroyo.
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* Francisco Silvera (Huelva, 1969) es narrador. Junto a Javier Blasco dirige la edición Obras de Juan Ramón Jiménez para la Editorial Visor, en 48 volúmenes. Ha publicado Las apoteosis (2000), Libro de las taxidermias (2002), Libro de los humores (2005) y Libro del ensoñamiento (2007), además del ensayo Copérnico y Juan Ramón Jiménez: Crisis de un paradigma (2008). Estas dos piezas narrativas forman parte de una obra inédita titulada Libros de música, III.
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5 comentarios:

Jesus Esnaola dijo...

Magnífico relato de la concepción de Isaac. Uno más que desconocía que tendré que seguir, contigo Fernando, la lista se va multiplicando. Por cierto, no pude ir a la presentación de SigloXXI, y mira que lo intenté. Espero que todo saliera bien. Te invito a pasar por mi blog, si tienes un minuto.

Un abrazo

Grego y Mar dijo...

Genial.

Escritura límpida.

Fernando Valls dijo...

Jesús, la presentación me parece que salió bien. No era difícil, con los dos presentadores de lujo y el público selecto que acudió. Gracias por tu interés.

santamaría dijo...

lo lei hace un par de días y me gustó sin más, (creo que por el tema), pero las imágenes se me han aparecido en ese tiempo así que he vuelto para releerlo y comentarlo, está estupendamente escrito, gracias por compartilo.

albalpha dijo...

Logra transmitir esa sensación de belleza tranquila que traspasa el espíritu. Hermoso relato.

Un abrazo

Alba