miércoles, 4 de agosto de 2010

MARGO GLANTZ

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"Jano"
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Empieza su discurso con voz pausada. Apenas entiendo sus palabras. Es un hombre de unos ochenta años, pequeño, de calvicie moderada, ojos claros, pestañas rizadas: la elocución es débil, el tono, académico. Agradece cumplidamente los elogios, la condecoración, la asistencia de los amigos y de las amigas, la presea, los discursos de sus predecesores. Pide permiso luego para leer un largo poema.
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Su voz se asienta, las palabras adquieren la dicción exacta, asume la complejidad y la intensa tonalidad de un cantante de ópera, luego, la de un solista que canta un oratorio en una iglesia; su voz retumba, aumenta, se desdobla, cada palabra adquiere su mayor densidad.
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Termina de leer, agradece, es de nuevo un anciano conmovido de voz entrecortada.
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"Divina Comedia"
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La muerte tardaba entre diez y quince minutos, explicaba. El momento más terrible era cuando se abría la cámara de gas: la visión era insostenible: la gente comprimida como si fuera de basalto, en bloques compactos de piedra. ¡Cómo se desplomaban fuera de las cámaras! Era lo más duro de soportar, a eso no se acostumbra uno jamás. Era imposible. Sí, hay que imaginárselo: el gas comenzaba a actuar, se propagaba de abajo hacia arriba. Y en el terrible combate que se entablaba -pues, era eso, un combate- la luz se cortaba en las cámaras de gas, estaba oscuro y no se veía nada, y los más fuertes querían subir, subir cada vez más alto. Quizá sentían que a medida que subían, menos les faltaba el aire y podían respirar mejor. Empezaba una batalla. Todos se precipitaban al mismo tiempo hacia la puerta, para forzarla: un instinto irrepetible en ese combate contra la muerte. Y es por ello que los niños más débiles y los viejos se encontraban abajo y los más fuertes encima. En esa lucha el padre ya no sabía si su hijo estaba allí, debajo de él.
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¿Y cuando abrían las puertas? Caían como bloques de piedra, una avalancha de gruesos bloques precipitándose al vacío. Y el lugar de donde partía el ziklón estaba vacío. En el lugar donde estaban los cristales no quedaba nadie. Sólo ese espacio vacío. Probablemente las víctimas sentían que en ese lugar actuaba más el gas. En la oscuridad se producía una deblacle. Peleaban entre sí, sucios, manchados, malheridos, les salía sangre de los oídos y la nariz...
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Filip Müller. Sonderkommando, sobreviviente de cinco ejecuciones en Auschwitz.
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Y el ser humano arde muy bien....
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Franz Suchomel, ex SS de Auschwitz.
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* Margo Glantz (México, 1930) es escritora y profesora y como tal tiene una obra abundante y prestigiosa tanto en el campo de la ficción literaria como en calidad de investigadora académica. Estos dos microrrelatos proceden de su libro Saña (Era, México, 2007; y Pre-textos, Valencia, 2007), que Javier Perucho tuvo la amabilidad de mandarme. Existe una ed. argentina corregida y aumentada en más de sesenta textos que no he tenido la fortuna de ver. En la actualidad está escribiendo un libro sobre la India.
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* En la foto aparece Margo Glantz. El cuadro es de Zoran Music.
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4 comentarios:

Propílogo dijo...

La paradoja del espanto bien escrito es que apetece volver a leerlo. Intentar soslayar el terror que corre junto a la maravilla de las letras. La segunda vez he tomado más aire de lo normal. La tercera me he quitado los zapatos...
Y Jano, con sus dos caras... brillante. Gracias.
P.

Anónimo dijo...

Da gusto leer una prosa tan depurada y tan precisa. Una quiere volver a leer sea cual sea la naturaleza(profunda o terrible) de lo contado.
Gracias por unir en La Nave los textos de uno y otro lado del charco.

Rosana A.

Gemma dijo...

Ese contraste brutal entre la cruda realidad del Sonderkommando y la percepción ciega -y fanática- del ex miembro de las SS es la viva imagen del horror y, cómo no, de la desesperanza...

(Menos mal que en "Jano" todavía brilla el esplendor de lo humano...)
Un saludo

Argenis dijo...

Gracias por publicar estos relatos. Me dejó una extraña sensación.
Estas dos narraciones son como dos formas de morir agonizando. Por un lado, cuando viejos sólo nuestros anhelos nos harán sentirnos vivos pero lentamente, desvaneciéndonos de este mundo, daremos nuestros últimos signos vitales por lo que hemos vivido. Por otro, la cruel manera en que dejamos de existir, sin justificación alguna como lo es morir asesinado, por accidente, enfermedad, etc.