lunes, 15 de agosto de 2011

La cultura de masas, la alta cultura y la cuadratura del círculo

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Hace un año, aproximadamente, un periodista del diario El País me pedía que le contestara a las siguientes preguntas, para aprovechar una parte de mis respuestas en un reportaje que estaba preparando. Como luego sólo sacó un par de breves frases, dejo aquí ahora mi respuesta completa. 
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¿Se está extendiendo de manera masiva la alta cultura, esa que concita la aprobación unánime de la crítica? Hay algunos indicios que apuntan en esta dirección. Libros con críticas excelentes que son superventas (Gomorra, de Roberto Saviano; la trilogía Millennium, de Stieg Larsson; Vida y destino, de Vasili Grossman, El mundo clásico, de Robin Lane Fox, los Ensayos, de Michel de Montaigne), teleseries de prestigio que se agotan en las tiendas (The Wire, Mad Men, Los Soprano), taquillazos que fascinan a la crítica (El caballero oscuro, Wall-E…). Y todo esto mientras los índices de lectura crecen cada año, así como los préstamos en las bibliotecas y las visitas a los museos. ¿Estamos asistiendo, por tanto, a una convergencia progresiva entre el gusto de la crítica y del público? ¿El elitismo y la distinción cultural, de la que tradicionalmente son árbitros los críticos, empieza a difundirse poco a poco?
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Me parece que se trata de un fenómeno que se ha repetido en casi todas las épocas, no creo que sea nuevo. Las comedias de Lope de Vega tuvieron mucho éxito de público y El sí de las niñas, de Moratín, se representó durante 21 días seguidos, lo que supuso un gran éxito en su momento. Y no hay más que recordar series de televisión como Yo, Claudio (1976), o Retorno a Brideshead (1981), la serie de la televisión británica basada en la novela de Evelyn Waugh, de gran calidad, que fueron grandísimos éxitos en su momento, y que todavía hoy siguen comercializándose en vídeo. Como también tuvieron grandes ventas Cien años de soledad, de García Márquez, o Las memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar. O, por citar un caso reciente, el libro de cuentos de Alberto Méndez, Los girasoles ciegos, un auténtico best seller, quizás el primer libro de cuentos español que se haya convertido en superventas, siendo literatura de la mejor calidad.
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No me parece, sin embargo, que lo que se entiende por alta cultura esté calando en el público masivo; parece más bien al contrario, que pierde su tiempo viendo bodrios en el cine y en la televisión, o leyendo libros previsibles, cuando con algo más de preparación y esfuerzo, podría disfrutar de cine, televisión y libros más complejos. No creo en la distinción entre cultura popular y alta cultura; para mí, La isla del tesoro, la película Centauros del desierto, o la novela El espía que surgió del frío, de John Le Carré, son alta cultura; mientras que las novelas de Antonio Gala o Ruiz Zafón, simplemente, productos manufacturados, como la pintura de Botero, la canción “Macarena”, la cerámica de Lladró, el cristal de Swarovski o series como Alias o Héroes. Quizá la fómula mágica estribe en componer una obra que posea una cierta ambición artística, literaria, sin que por ello deje de llegar a un público masivo, como ha ocurrido con las novelas en catalán de Albert Sánchez Piñol; Soldados de Salamina, de Cercas; o Historia del Rey Transparente, de Rosa Montero; o, cambiando de materia, Arte, de Yasmina Reza, o El método Gronhölm, la pieza de teatro de Jordi Galcerán.
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Lo que sí se ha producido en estos últimos años es un doble malentendido. Sigue sorprendiendo que la gente pierda el tiempo con novelas mediocres, creyendo que, porque tengan éxito en las ventas, se trata sin duda de obras de entidad literaria, algo que dan por supuesto. Y segundo, y más grave, cómo algunos críticos y periodistas culturales contribuyen a dicha confusión justificando y colaborando en el lanzamiento de estos productos, con el argumento de que, puesto que gusta a mucha gente, tienen interés, confundiendo el valor literario con el sociológico. Me parece que los posibles millones de lectores nunca pueden compensar la ambición, la calidad artística o literaria. Así, este tipo de libros que tanto venden (María Dueñas, Falcones, Chufo Llorens...), pueden tener interés para el Ministerio de Comercio, pero muy escaso valor para el de Cultura.
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Pero ojalá me equivoque y tengáis vosotros razón, y el público masivo esté empezando a preferir Los Soprano, El ala oeste de la Casa Blanca, las novelas de Álvaro Cunqueiro o Luis Mateo Díez, o los cuentos de Juan Eduardo Zúñiga o Cristina Fernández Cubas. Y si encima Montaigne, Luis Cernuda o Monterroso se convierten en best seller, como parece ser que lo fue el Oráculo de Gracián hace unos años, estoy dispuesto a entrar en religión.
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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Dos apuntes:
—supongo que habrás leído Comunicación y cultura de masas, de Román Gubern. Intenta desentrañar los mecanismos o quizás las razones por las que un producto alcanza la consideración de fenómenos de masas. Hay un capítulo dedicado a El último cuplé que me resultó muy interesante.
—soy paisano de Gracián y por eso me he percatado de que cada cierto tiempo aparecen noticias en las que se indica que alguno de sus libros es un éxito de ventas. Creo que es un fenómeno cíclico, más regular que el de las vacas gordas y flacas.

Elena Rius dijo...

Muy acertado tu comentario, Fernando. Estoy muy de acuerdo en que no hay que confundir éxito de ventas con alta cultura. También en que no costaría tanto potenciar algunos productos con un cierto contenido cultural en lugar de algunos de los bodrios que se ven/leen por ahí. ¡Y al público incluso le gustarían!

´´ dijo...

¿No hay distinción entre cultura popular y alta cultura? Es un tema interesante yo creo que sí, que la alta cultura existe, por ejemplo la lectura de Kant, los historiadores de periodos concretos, científicos y matemáticos, conocimiento profundo de temas específicos, materias y campos del conocimiento que necesitan una preparación previa importante y luego la "cultura popular" que no la necesita o no tanto, pero que no por eso le falta calidad y por último tendríamos el " pero no ves que esto es una mierda.

Arte Pun dijo...

Pues se trata más de lo mismo, es decir, de no decir nada, o de marear la perdiz.
Primero vamos a diferenciar y clasificar la cultura y luego vamos a estudiar por qué esas diferencias y a qué obedecen. Está bien, dará trabajo a bastantes ratones.
Yo tampoco creo en la distinción entre cultura popular y alta cultura.
Un pastor puede enseñarte mil cosas en su medio, y tu con todos tus títulos de alta cultura podrías no llegar a sobrevivir.
A la alta cultura, le faltaría muchas veces, la humildad cultural, que aplicada, la despoja de su altivo calificativo.

Anónimo dijo...

Justo en estos días he escrito algo que está relacionado, por si te interesa.
www.sugherir.blogspot.com
Y no sé si has leído El discurso del cinismo, de Jorge Rodríguez Padrón.
Saludos
Nicolás