jueves, 13 de diciembre de 2012

Sobre `La hija del Este´, de Clara Usón

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La parálisis de Europa
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En su sexta novela, y quizá la mejor y más ambiciosa de las suyas, titulada La hija del Este (Seix Barral, Barcelona, 2012), Clara Usón se ocupa de la historia de la antigua Yugoslavia, de las leyendas y mitología Serbia, de la reciente guerra de los Balcanes, pero también de lo privado, de la historia familiar y personal de dos jóvenes. Uno de ellos, Ana Mladić, la hija favorita del general serbio, conocido como el carnicero de Srebrenica, parece ser que se suicidó tras descubrir quién era realmente su progenitor: pues no solo se trataba del hombre cariñoso y justo que ella conocía, sino además de un sádico militar. El otro, Danilo Papo, el narrador de esta historia, era un joven de Sarajevo de origen judío, pretendiente de Ana, sin posibilidades de éxito, que aspiraba a ser director de cine, aunque solo lograse colaborar con la televisión del régimen serbio (Tele-Pale), para acabar exiliado en Londres, trabajando como profesor de idiomas en una academia regentada por su pareja inglesa.
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Los hechos, barajando historia y ficción, están relatados desde el presente, rememorando el pasado inmediato, y remontándose en ocasiones a uno remoto, originario, que nos permita entender mejor la actualidad, con sus mitos y leyendas. Al ocuparse también de lo privado, vemos cómo el narrador nos confiesa su secreto, la venganza que finalmente se tomó. Por otro lado, ¿apela el título solo a que Ana procede de un país del Este? De ser así, no resultaría muy afortunado. Pero si aceptamos que allí habla Danilo, el narrador, quizá podamos entenderlo de manera más compleja, pues la existencia de Ana, nacida en un país del Este, señalada en el título como protagonista, es consecuencia de determinadas circunstancias, históricas y familiares. Sin embargo, su caso no es único, ya que sus dudas y perplejidades, con las variantes que se quieran, debieron de ser semejantes a las de muchos otros jóvenes que padecieron la guerra, como el mismo narrador. 
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El relato se compone de 16 capítulos y un significativo epílogo. Arranca con un vídeo de Youtube, que recoge en síntesis la vida de la familia Mladić, desde la felicidad inicial al entierro de la hija; y concluye con un balance de los hechos, explicándonos qué fue de cada uno de los personajes protagonistas. Los quince restantes podríamos dividirlos en tres bloques: ocho de ellos forman parte de lo que, con un punto de ironía, la autora denomina “Galería de héroes”, que va desde el viejo rey Lazar (siglo XIV), hasta los contemporáneos Milošević, Karadžić y Mladić (es excelente el cap. 10, sobre su doble personalidad), con dos capítulos dedicados al mismísimo narrador; otros cinco transcurren en Moscú, durante el viaje de estudios de Ana y sus amigos; dos más en Belgrado y el último, quizás el más trágico, se ocupa de la matanza de Srebrenica.
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La novela, por tanto, se arma con historias particulares y generales, civiles y militares, profesionales y privadas, con documentos diversos que transcribe o comenta Danilo (vídeos, conversaciones telefónicas grabadas, epitafios, fragmentos de un manual de medicina forense, el diario de guerra de Mladić, citas, proverbios, un documental y el cuaderno del padre del narrador), quien se presenta con las dudas de Hamlet, pero acaba dándose cuenta de que su papel es más bien el de Horacio, “aquel cuya misión es contar al mundo todo cuanto sucedió” (p. 441). También se nos muestra la pérdida de la inocencia de Ana, el paulatino y trágico descubrimiento, en Moscú, de que su padre no es el héroe militar, ni el ser cariñoso que ella creía, sino un genocida; y que sus amigos, conocedores de la verdad, fingen una amistad por ella que no sienten. Así, una noche en la capital rusa se refugia en casa de Sasha, a quien acaba de conocer en un bar, en busca de cariño, pero un fotógrafo canadiense y una periodista turca, Ron y Alma, amigos del anfitrión, acaban mostrándole la realidad de la contienda. Si a todo ello le sumamos lo que la joven descubre en el diario de guerra que lleva su padre, quizá podamos entender por qué ya nunca volverá a ser la misma, e incluso a atisbar las razones de su suicidio.
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En sentido estricto, resulta imposible saber por qué se suicidó Ana Mladić con la pistola preferida de su padre, en un acto claramente simbólico, aun cuando el lector pueda hacerse su propia composición de lugar al respecto. Es probable que se matara al no poder soportar los hechos: no solo las actividades de su padre en la guerra, sino también el papel que desempeñó en la muerte de Dragan, su exnovio. Por tanto, con su propia muerte quizá pretendiera de manera drástica reprocharle a su padre su conducta, puesto que no se atrevió jamás a enfrentarse a él, cara a cara, intentando que cambiara, algo que tampoco ocurriría, pues Mladić no llegó nunca a aceptar que su hija se quitara la vida, ni tampoco la forma elegida. Sabemos, en cambio, por qué se venga Danilo de los serbios. La novela, siendo una crónica sobre la guerra de los Balcanes, consistente asimismo en un alegato contra el patriotismo, contra el fanatismo nacionalista, y el miedo y el odio que inculcaron, por lo que, salvando todas las diferencias que se quiera, resulta inevitable no pensar también en nuestro país, sobre todo en la Cataluña actual, donde reside la autora.
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Desde el comienzo no hay intriga, puesto que conocemos los hechos históricos e incluso algunos privados, como el suicidio de Ana y la reacción de su padre, de la misma forma que los lectores de Guerra y paz estaban familiarizados con los trazos históricos, y quizá también los privados de la novela de Tolstoi. En suma, nos interesan los matices, cómo fue incubándose el huevo de la serpiente, las cuitas de los personajes, la pérdida de la inocencia de Ana, y qué efecto produce en ella el descubrimiento de una verdad incómoda e insoportable, hasta qué punto puede afectarnos. En fin, los mecanismos de funcionamiento de la mente de los protagonistas, con sus razones y sinrazones.
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La novela puede leerse también como la historia de dos familias diferentes durante la guerra: los Mladić y los Papo. Ambas serán destruidas, todos serán víctimas, aunque sea por razones distintas. La primera ejercerá un gran protagonismo en los hechos históricos; mientras que los Papo serán una víctima de tantas que la guerra produce. Ni Ana, ni Danilo son responsables de la actuación de sus padres. En el segundo caso, el progenitor llevará a cabo durante el sitio de Sarajevo una labor humanitaria. Los dos jóvenes, a su manera, realizan un acto heroico, pero solo la venganza de Danilo se supone que tendrá consecuencias funestas. En suma, que los efectos se invierten y los actos humanitarios de Vlado Papo, un judío sefardita de Sarajevo, llevan a su hijo a una posible carnicería.
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La autora, a la manera de Javier Marías, se apoya y traza oportunos paralelismos con obras de tres grandes clásicos que también barajaron en sus creaciones historia y ficción: Homero (el último capítulo arranca con los primeros versos de La Ilíada), Shakespeare (hemos apuntado que Danilo pasa de creerse Hamlet a desempeñar el papel de Horacio; mientras Ana aparece como la nueva Ofelia) y Tolstoi (con referencias a Guerra y paz, Ana Karenina, o como no debe leerse una novela, y sobre todo al cuento “Después del baile”, en donde la joven Varénka acaba pagando la crueldad de su padre).  
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El relato, sin embargo, desemboca en dos hechos capitales: el suicidio de Ana y el genocidio de Srebrenica. Pero la honda expansiva de la guerra de los Balcanes se proyecta mucho más lejos, y llega hasta la responsabilidad de Europa y la pasividad –en concreto- de los cascos azules holandeses y de un general francés. Y, desde luego, si apuntamos más lejos, y trazamos paralelismos con el presente, habría que pensar asimismo en el fanatismo nacionalista actual, y en la paralización de Europa debido a la crisis económica.
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Hoy, Rembrant no necesitaría pintar el rapto de Europa, sino su parálisis, su incapacidad para tomar decisiones que remedien tan gravísima situación.
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* Esta reseña ha aparecido publicada en la revista Turia, 104, noviembre del 2012-febrero del 2013, pp. 399-402. La caricatura es de Grañena.
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