jueves, 24 de octubre de 2013

El `Almanaque de asombros´, de Ángel Olgoso

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Médicos de sombra

 En Viccino, cabeza del maestrazgo de Nagona, vivía en tiempos un médico que tenía excelencia en estas cosas de procurar la salud remediando la sombra de los enfermos; y dícese que la licencia y la maravillosa panacea egipciaca se las dieron los turcos, y que era sabedor de toda la botánica secreta, la cual se le antojaba de más calidad para amansar los dolores que las sangrías en creciente y los pediluvios de perla índica molida y diente de lobo en polvo, expedidos de ordinario por mano de otros físicos.

Un día tuvo consulta este médico fabuloso con el Duque de Pandolfina al que, a la sazón, menguábale la vida por causa del ataque de un velloso y fiero jabalí. Dos pavorosos tajos principales casi le separaban un brazo del hombro y la cabeza del cuerpo, y tenía mal y desfiguración en todos los miembros. Con buen ánimo, empero, el médico mandó lo descendieran de la cama doselada y lo asentaran al pie del ventanuco, y en doblándose sobre la sombra del Duque, dijo el apotegma: Solve et coagula; y primero taponole con cera virgen las heridas a la sombra sobre el piso de piedra, y asentó luego encima de ella esencias de mirtilo, y de genciana, y de menta piperita, cosiendo al aire los tajos con cerdas muy finas, y para acabar púsole sobre corazón y pulsos de la sombra unas gotas de lo que él refería secretamente "agua de ángeles"; y con esto de tal manera ligó los miembros que el Duque, cosa es grande y admirable, recobró la coloración y se sostenía en pie sin auxilio de criados y saltaba regocijándose de ello, y juraba que le había vuelto la bravura de su mocedad.


Ilustración de Claudio Sánchez Viveros
para "Médicos de sombra"

Como el médico siguió oficiando prodigios, cobró fama, y no le dolían las plagas y las enfermedades difíciles para sanar a través de la sombra. Y es de notar que por despachar males no pedía bolsa con dineros, que aún se defendía de recibir cueros de aceite o de vino o a lo menos pan de salvado. Así corrió el país con su zamarra y su acemilero, causándose de ello el bien de las gentes, y a quien le consultaba con ánimo curioso la razón de su medicina milagrosa, él decía que la sombra es camisa liviana que se teje y desteje.
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* Ángel Olgoso (Granada, 1961) es autor de los libros de relatos Los demonios del lugar, Astrolabio, La máquina de languidecer, Los líquenes del sueño, y Las frutas de la luna, entre otros. Es, además, fundador y rector del Institutum Pataphysicum Granatensis y miembro de la Amateur Mendicant Society de estudios holmesianos. Ha sido traducido a varias lenguas.

** Claudio Sánchez Viveros (Almería, 1976) cursa estudios en la Facultad de Bellas Artes de Granada. Ha realizado trabajos como diseñador gráfico y dibujante. Como ilustrador ha participado en la antología Desahuciados. Crónicas de la crisis. Actualmente trabaja en la preparación de un cómic junto a Ángel Olgoso.
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4 comentarios:

Alí Reyes dijo...

...Digamos que la imaginación medieval era un tanto prolífera ¿No te parece?

Anónimo dijo...

Asombroso, como siempre, el amigo Ángel. Y una edición elegante y cuidada, como aquellos almanaques decó de hace un siglo.
Abrazos, Fernando.

Miguel A. Zapata dijo...

El anterior comentario era mío. No sé por qué no podía insertar mi nombre.

Carlos Almira dijo...

Carlos Almira Picazo.

Creo que en este texto de Ángel hay una curiosa relación entre el fondo y la forma: la sombra es al cuerpo lo que las palabras son a las cosas. Una relación que define muy bien lo que es este libro. En Almanaque de Asombros se recurre a un lenguaje de otra época para escribir un libro del siglo XXI. Las ilustraciones de Claudio refuerzan ese revivir de lo antiguo para lo actual. No creo que se trate aquí de un mero artificio sino de algo que posee su propia vida, como la sombra en este texto posee la vida del cuerpo. Mi enhorabuena.